Telmo y Asela saludan al tren
Un mural de Pol Corona y Jaime Molina.
Miles de ciudadanos viajan a diario en el Ferrocarril Roca, que une varias localidades del sur de Buenos Aires con Constitución, un punto estratégico para el traslado hacia cualquier lugar de la ciudad. Algunos tienen la suerte de conseguir asiento, otros se resignan y viajan apoyados contra los respaldos, otros juegan a hacer equilibrio para romper con la monotonía del trayecto repetido todos los días, de lunes a viernes, dos veces al día: a la mañana y al caer el sol. Esa rutina se ve ahora sorprendida por un cambio en el paisaje grisaceo que acompaña el tramo final del viaje hacia la estación Hipólito Yrigoyen.
De repente, casi mágicamente, desde un muro dos pibes saludan al tren y sus pasajeros. Son rostros que no pasan desapercibidos. Sus gestos, sus sonrisas, sus miradas, son tan elocuentes que conmueven a los viajeros.
Detrás de este mural hay una historia
La de dos artistas que los hilos del destino cruzaron para que convergieran en Barracas. El primero, Pol Corona, es conocido por los vecinos que suelen verlo trabajando sobre paredes y rincones para producir sus obras individualmente o junto con otros artistas. El segundo, Jaime Molina, es oriundo de Denver, Colorado, Estados Unidos y, a pesar de su nombre, apenas chapurrea el español. Fascinado con el muralismo en Argentina, es un enamorado de este país, que conoció en 2012, oportunidad en la que pudo pintar un mural en la casa donde estaba alojado.
Años después, surgió la posibilidad de hacer una muestra en una galería de arte y Jaime, sin dudarlo, llamó a un artista con el que había tomado contacto en aquél año y volvió a Buenos Aires. Codo a codo, trabajaron durante un mes y medio para producir obras colaborativas para exponer. Así, entre el arte y la pintura, se afianzó una amistad que fue registrando sus momentos en pinturas, murales y esculturas.
Jaime se instaló con su esposa y sus dos hijos, Asela y Telmo, y ellos fueron la inspiración para hacer este mural que es, a la vez, la despedida de su viaje por Argentina. El dueño de casa, Carlos, es carpintero, y ante la propuesta no lo dudó: qué mejor que tener un registro artístico en su pared ese momento que tantas veces ha vivido con sus hijos, y ahora sus nietos, cada vez que pasa un tren.
La inocencia y simpleza de comunicarse con un gesto
Esa niña y ese niño que saludan al tren desde la pared representan la inocencia, la simpleza de comunicarse con un gesto, la ternura de hacerlo una y otra vez sin esperar nada más que ver el tren pasar, y con suerte, algún adiós fugaz de un pasajero o una sonrisa. Ese mural que llevó cinco días de trabajo entre dos artistas y amigos también tiene monigotes pintados con trazos más sutiles que hicieron los hijos de Jaime.
Son Asela y Telmo, pero puede ser cualquier niña o niño. O cualquier adulto. ¿No hemos pasado todos por una vía o esperado para saludar al tren? Escuchar el rítmico sonido, trío de ruedas, vías y bulones que se acercan para pedir un deseo. Tal vez sea este saludo uno o muchos deseos.
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